Mi niño no duerme
¿Qué debemos saber sobre el sueño de nuestros hijos?

La mayoría de padres se preocupan en algún momento por el descanso de su hijo pequeño, y se preguntan cuándo se dormirá solo, dejará de despertarse o de tener pesadillas. ¡Mi niño no duerme!
Comprender qué es el sueño y cómo evoluciona con la edad puede ayudarnos a sobrellevar mejor la inquietud y el cansancio que provoca la falta de descanso.
Nuestro organismo se rige por unos ritmos biológicos, externos e internos. Entre los primeros destacan el día y la noche, la temperatura ambiental y la luz. Entre los ritmos internos, el principal regulador de la vigilia y el sueño es el “ritmo circadiano”, un reloj biológico que reconoce el día y la noche, e induce el sueño mediante la secreción de un pico de melatonina cuando disminuye la luz ambiental al anochecer.
El sueño no es un estado pasivo, sino un proceso activo con cambios cíclicos en la actividad cerebral, en las frecuencias cardíaca y respiratoria, en la temperatura corporal y en niveles de hormonas, y que evoluciona conforme a las necesidades y etapas madurativas que atravesamos durante la vida.
Está formado por una sucesión cíclica de fases que cumplen funciones diferentes y específicas, pero en parte aún desconocidas. Las fases I, II y III-IV conforman el sueño no-REM, en el que el cerebro descansa y recupera energía. El sueño REM se caracteriza por una actividad cerebral similar a la de la vigilia, en la que se consolida lo aprendido durante el día y se producen los sueños. En esta fase están “semibloqueadas” las conexiones entre el cerebro y el resto del cuerpo, de manera que aunque el cerebro estén activo, se produce un reposo muscular que permite entre otras cosas que no representemos lo que soñamos. En la transición entre las 5 fases de sueño suele haber “microdespertares”, que pasan desapercibidos en adultos pero que en niños pueden provocar un desvelo.
El recién nacido aún no tiene establecido el ritmo circadiano (día/noche) y presenta un patrón de sueño anárquico de hasta 18-20 horas diarias, repartidas en periodos irregulares. Solo tiene dos fases de sueño, aún inmaduras. Predomina una fase de “sueño activo” (evolucionará a sueño REM), con movimientos oculares, muecas, sonrisas y respiración irregular. Aproximadamente a los 40 minutos de sueño aparece el “sueño tranquilo” (precursor de las fases no REM), más profundo y con respiración regular.
Alrededor de los 3-4 meses se establece el ritmo circadiano. El bebé necesita menos horas de sueño, que se concentran mayoritariamente durante la noche, aunque persisten varias siestas diurnas.
Desde los 6-8 meses hasta los 2 años las horas totales de sueño disminuyen a 10-15 horas, manteniéndose el patrón de sueño nocturno y varias siestas. Suele ser un periodo difícil para niños y padres. El bebé no quiere dormir porque le interesa demasiado el mundo y porque no le gusta separarse de sus padres. El intenso aprendizaje durante el día puede provocar las primeras pesadillas. Y finalmente, ya se alternan las 5 fases de sueño, por lo que pueden existir hasta 12-14 “microdespertares” por noche, que agotan y desesperan a los padres.
Entre los 3 y los 5 años, el aumento de la actividad diurna y los horarios escolares determinan la desaparición de las siestas, de manera que solo persiste un periodo de descanso nocturno de unas 10-12 horas y el sueño ya es muy parecido al de los adultos.
Es importante saber que es totalmente normal que el sueño sea irregular, fraccionado y con ritmo diferente al del adulto, y por tanto que el niño reclame a sus padres para dormirse, que presente muchos despertares nocturnos, o que tras épocas relativamente buenas, aparezcan otras de pesadillas o miedo a dormir. Forma parte de la maduración del sueño. Hay que tener paciencia y la seguridad de que todo pasará.
Existen numerosas corrientes y teorías sobre cómo ayudar al niño a dormir mejor (colecho, pecho, que se duerma solo o acompañado…), pero la realidad es que no existe una verdad universal y las costumbres suelen estar relacionadas con el contexto social y con cómo se sientan padres e hijo.
Sí podemos ayudar en cierta medida a la sincronización del reloj interno con los ritmos externos: facilitar el “vamos a la cama” con rutinas diarias y repetitivas (baño, cena, lavado de dientes, pipí y a la cama); evitar juegos activos, televisión y tabletas antes de dormir; disminuir la luz ambiental, acompañarlos con un cuento para que se relajen…. Todos estos rituales ayudarán a poner en marcha la cascada fisiológica que induce el sueño.
En definitiva, saber las necesidades del niño, aprender a escucharlos y acompañarlos. Y tener mucha paciencia, que seguro que algún día dormirán solitos y del tirón.