La familia, un lugar donde desarrollarnos
Mi nombre es Alicia Pradas Picazo, soy madre, psicóloga y terapeuta gestalt. Trabajo en el Centro de Terapia Humanistas de Almería (Cetha) donde nos dedicamos a acompañar a personas de todas las edades en su desarrollo personal. Nuestra mirada pretende ser un apoyo para reconocer las formas de tratarnos a nosotros mismos y de relacionarnos con las personas que nos rodean. Generamos espacios de confianza para facilitar la experimentación de nuevas formas de relación que amplíen nuestro bagaje dando lugar a relaciones más conscientes y nutritivas.
La Terapia Gestalt es nuestro modelo de trabajo. Formamos a personas que quieren acompañar a otras en su desarrollo personal desde distintos ámbitos (madres, padres, maestros/as, profesoras/es, psicólogos/as, trabajadores/as sociales, educadoras/os, médicos, etc.) y desde esta experiencia profesional y personal, os comparto este artículo que invita a la reflexión sobre nuestro papel como acompañantes en los procesos de desarrollo de los niños y niñas.
El nacimiento de nuestro primer hijo/a trae consigo el regalo de ser padres, todo un camino lleno de experiencias nuevas que nos invitarán a crecer a todos, no sólo a los pequeños recién llegados. Pasamos de ser pareja a ser familia casi sin habernos parado a tomar consciencia de lo que esto supone y a veces encontramos dificultades para gestionar todo lo nuevo pues aprendemos a la vez, nosotros a ser madres y padres, y nuestro bebé a desarrollarse como persona.
Considero que es nuestra responsabilidad cuestionarnos lo que implica acompañar a ese nuevo ser en su devenir persona. En su proceso de crecer y relacionarse con el mundo que se despliega para ser explorado, somos su familia los embajadores que están a su lado apoyándolos cuando nos necesitan.
Crecemos en el vientre materno, inmersos en un entorno que nos nutre y afecta en esos primeros meses, facilitando las condiciones para que se vaya dando ese fascinante y casi milagroso proceso, en el que nuestro organismo va madurando. Paso a paso, los órganos van ajustándose y desarrollándose para llegar a funcionar como una increíble orquesta cuya sinfonía nos permitirá avanzar en la proeza de ir aprendiendo a bailar nuestra propia vida.
No debe ser fácil adaptarse a respirar, moverse, sentir el inmenso espacio que nos rodea después de esa experiencia calentita, recogida, protegida y mecida que supone estar nueve meses en el vientre materno. Cuando nacemos necesitamos a mamá o, en su ausencia, a otra persona que nos ayude a seguir desarrollándonos. No podemos valernos por nosotros mismos. Seguimos necesitando protección, cuidado, contacto. Por eso es tan importante crear un vínculo sano y seguro con nuestros hijos, que les pueda facilitar seguir sumando experiencias para ir desplegando su potencial, y llegando a ser la persona única y genuina que pueden llegar a ser.
La maduración es fácilmente observable y reconocida para todos. Se refiere a procesos biológicos, lineales y acumulativos. Nuestro cuerpo va creciendo y nos permite desarrollar habilidades nuevas cuyo aprendizaje hará posible otro posterior y así sucesivamente. Así, reptar nos facilitará la fuerza y destrezas suficientes para gatear, y posteriormente el gateo facilitará que fortalezcamos nuestras extremidades y mantener el equilibrio nos permitirá empezar a dar nuestros primeros pasos, que serán la antesala de carreras, saltos, volteretas…
Así ocurre con la adquisición del lenguaje y un sinfín de capacidades que nuestra especie puede llegar a desarrollar en un entorno tan rico y estimulante como el mundo en que vivimos.
Paralela y entrelazadamente, va teniendo lugar nuestro desarrollo psicológico, relacional y social. Somos seres sociales, y necesitamos aprender también destrezas para tener relaciones saludables. Para esto necesitamos un entorno nutritivo, capaz de facilitarnos las prácticas necesarias para desenvolvernos de una forma que nos haga sentir plenos, satisfechos y confiados.
Habilidades como ayudar a nuestros hijos e hijas a reconocer y poder nombrar lo que sienten, y a darle valor sabiendo que es diferente de lo que otras personas pueden sentir e igual de valioso.
Poder acompañar a nuestros pequeños/as a diferenciar y reconocer sus emociones, a respetarlas, gestionarlas de una forma saludable en sus relaciones personales.
Ayudarles a mostrarse en el mundo en que vivimos aceptando y valorando las personas que son. Cada uno con las diferencias que nos hacen únicos. Reconociendo aquello que nos hace brillar de una forma distinta, especial.
Acompañarles a confiar en sí mismos, atreviéndose a ser quienes son. Con facilidad para acercarse a aquello que les hace bien y les nutre y para alejarse de lo que no es beneficioso para ellos.
Para eso, nuestros niños y niñas requieren de un entorno que sepa darles el apoyo que necesitan y las posibilidades que faciliten experiencias para su maduración como ser humano y que potencien también su desarrollo a todos los niveles.
Y esto no es cuestión de saber. Es cuestión de ser. No podemos facilitar la escucha atenta de lo que sienten, si nosotros no sabemos estar atentos a lo que necesitamos ni ser coherentes con ello, y nos solemos fijar en lo que hacen otros, en lo que nos enseñaron que “debemos hacer”, más que en lo que nuestro corazón y nuestros sentimientos nos invitan a que hagamos. Dejando a un lado lo que realmente nos hace felices.
Vivimos en una sociedad sin tiempo para lo que nos hace sentir vivos, demasiado ocupados para pararnos a sentir, cansados para atender lo que emerge en un momento de forma espontánea. Con la mirada puesta en adquirir conocimientos a nivel cognitivo, titulaciones, en ser competitivos individualmente, pero ¿qué está pasando con nuestras relaciones? ¿Les ponemos la atención que sentimos que merecen?
Reconocer nuestras emociones, diferenciarlas, entender para qué nos puede servir cada una de ellas y gestionarlas de una forma sana en nuestras relaciones, es todo un aprendizaje que muchos no hemos tenido la oportunidad de aprender en nuestra familia de origen. Ser maestros en estas importantes destrezas supone implicarnos en procesos de desarrollo personal donde profesionales en este campo nos acompañen a reconocernos en nuestra forma particular de estar en el mundo y de acompañar a otros, así como a encontrar nuevas herramientas y formas de relacionarnos.
Me escucho al escribir y pienso “pareciera que tenemos que ser perfectos para ser padres”, y no, no se trata de eso. Pero es un acto de responsabilidad y entrega ser padres. Y poner atención en nuestra forma de acompañar a nuestros hijos, y hacer lo posible por aprender aquello que nuestros padres no pudieron ni supieron enseñarnos me parece un compromiso saludable para la relación. La que mantenemos con nuestros hijos, que será la que nutra sus habilidades para que ellos y ellas mantengan otras relaciones a lo largo de sus vidas.
La Terapia Gestalt es una opción para poner consciencia en las formas que aprendimos de interactuar con los demás y en cómo nos hacen sentir estos patrones o costumbres que repetimos a veces sin percatarnos, y otras creyendo que no hay otra manera posible, “somos así”.
Reconocer nuestras potencialidades y sentir el apoyo necesario para transitar cambios; permitirnos ser creativos, vitales, flexibles, con una mirada amorosa hacia nosotros mismos. Esto es posible si nos atrevemos a este viaje de consciencia, confiando en que relaciones más genuinas, viviendo cada aquí y ahora de una forma plena, son enriquecedoras para nosotros, nuestros niños y niñas y la sociedad de la que formamos parte.