Artículos Salud

La práctica del MINDFULNESS y la educación emocional en la familia

01/03/2017
Compártelo
Clasificado en: Salud » Psicología
Escrito por:
Rebeca Martín García | Sergio Pallás Sanz
Psicologos en Activate Centro de Psicología | Colegiados AO07148 - AO07820

Antes de leer este artículo, nos gustaría proponerle un breve ejercicio. Cierre los ojos y haga un par de inspiraciones profundas. Imagine, ahora, que han pasado cinco, diez o más años y está delante de sus hijos/as despidiéndose de ellos porque ya se independizan. Se van de casa. Mireles directamente a sus ojos. Hágase estas preguntas. Y escúcheles. ¿Qué me gustaría que mi hijo/a hubiese aprendido de mí? ¿Qué me gustaría que dijera de mí como padre o madre? ¿Qué es lo que me gustaría que me agradeciera de mi labor como padre o madre? Tómese unos segundos, quizás unos minutos para reflexionar.

En nuestra experiencia profesional, cuando preguntamos a padres y madres que quieren para sus hijos y como les gustaría ser recordados, la gran mayoría responde, en estos términos: que sepan controlar sus emociones, que aprendan a afrontar y solucionar problemas de la vida, que sepan amar y relacionarse con los otros/as, que sean independientes y tengan criterio propio, que sean tolerantes, generosos, pacientes, empáticos, amables y educados y, por encima de todo, que sean felices.

La pregunta que suele venir a continuación es ¿qué o como puedo hacer/lo para cultivar estas actitudes y valores?

Ser padres es un gran desafío, muy exigente y estresante. Muchas veces, estos valores que queremos transmitir chocan frontalmente con nuestro día a día, nuestras obligaciones sujetas muchas veces a un minutero implacable, a nuestra sensación de no tener tiempo, a nuestras emociones (alegrías, tristezas, frustraciones, miedos…), expectativas (aquello que proyectamos para nuestros hijos) y nuestro flujo de pensamiento incesante, nuestras experiencias pasadas como hijos, las relaciones con otras personas, etc.

El mindfulness o atención plena y la educación emocional nos permiten responder a esta difícil pregunta del cómo acercarnos a nuestros valores. La educación emocional es un proceso educativo que pretende desarrollar diferentes competencias emocionales para facilitar un adecuado desarrollo personal potenciando el bienestar personal y social (Bisquerra). Por su parte, mindfulness es la capacidad mental de estar presente en el aquí y ahora. Es una actitud que nos ayuda a conectar con nosotros mismos y nuestro alrededor de una forma más consciente y curiosa. A través de la práctica se pretende adquirir diferentes actitudes: no juzgar, la paciencia, la curiosidad, la aceptación y aprender a soltar.

Puede que la práctica del mindfulness y la educación emocional no resuelva todos los problemas, pero nos permite hacernos más conscientes, darnos cuenta de lo que está sucediendo tanto en nuestro interior como a nuestro alrededor y permite, por tanto, que podamos elegir entre reaccionar, dejándonos llevar por las circunstancias, nuestro flujo de pensamiento incesante, nuestras emociones del momento o responder de una forma más consciente y acorde con aquello que valoramos como importante, aquello que queremos a largo plazo.  

Algunos beneficios que se han descrito de la práctica del mindfulness y la educación emocional son:

  • Favorecen una mayor conciencia y gestión emocional. El mindfulness aumenta la conciencia sobre nosotros mismos y nuestras emociones permitiendo crear un espacio entre aquello que sentimos y nosotros, lo cual nos puede ayudar a no reaccionar de forma automática y ser más conscientes de nuestras respuestas. Esto, por su parte, favorece la regulación emocional de nuestros hijos en tanto en cuanto somos modelos para ellos. Es decir, en una situación en la que normalmente me siento enfadado y grito, la práctica del mindfulness podría hacerme consciente de que me estoy enfadando y que tengo el impulso de gritar. Entonces, puedo decidir si hacerlo o no.
  • Permiten relacionarnos de forma diferente con nuestros pensamientos y preocupaciones, evitando ser atrapados por nuestras rumias y pensamientos catastrofistas. Nuestra mente constantemente nos está llevando del pasado al futuro. Si cerramos los ojos durante de un par de minutos y prestamos atención a nuestra mente, comprobaremos que ésta “no para quieta”. Estamos constantemente preocupados por diferentes aspectos, incluidos de la vida de nuestros hijos: “come poco, quizás esté enferma”, “si no estudia no será nadie en la vida”, “si sigue así nunca tendrá amigos”, “si/ si no…entonces…”. Planificar, está bien, es necesario, el problema es cuando esto nos genera mucha infelicidad, estrés, miedo excesivo y actuamos de forma catastrofista, dejándonos llevar por nuestros temores y respondiendo en función a ellos y no a lo que está sucediendo realmente, es decir, no viviendo el presente. Hay una frase que lo resume exquisitamente: “pase la vida lleno de preocupaciones, de las cuales el 99% nunca ocurrieron”
  • Mejoran la escucha y nos conecta mejor con sus necesidades. Saber escuchar es una habilidad sumamente importante. Nuestros hijos necesitan sentirse comprendidos, que se admitan sus experiencias, sus sentimientos y emociones, que validemos sus necesidades, lo cual no necesariamente significa que estemos de acuerdo con lo que digan ni tengamos que permitirles determinadas actitudes. Bien podemos reconocer el enfado de nuestro hijo porque su hermano le ha roto un dibujo pero no justificar que le pegue como también podemos reconocer que jugar en el parque es muy divertido y concederle cinco minutos más antes de irnos.
  • Favorecen que podamos compartir y disfrutar de momentos especiales con nuestros hijos. Nuestros hijos necesitan tiempo de compartir con nosotros ya que somos muy importantes para ellos. No obstante, este tiempo debe ser consciente, en el que estemos presentes con los cinco sentidos, sin interrupciones, tareas pendientes ni teléfonos móviles. El mensaje debe ser unívoco: este es nuestro momento. Este tiempo debe estar libre de “reglas de adultos”, es decir, donde no haya la tendencia a controlar, dirigir, juzgar o criticar. Puede ser un tiempo para jugar, pintar, bailar, leer o simplemente de no hacer nada, de estar juntos, de fortalecer vínculos, de disfrutar.
  • Favorece el cultivo de la amabilidad, la empatía y la compasión por nuestros hijos y nosotros mismos. La práctica del mindfulness nos hace más amables con nosotros mismos y nuestras experiencias así como la de nuestros hijos, nos hace darnos cuenta que todos somos humanos, con nuestras virtudes y defectos, que todos nos enfrentamos a las mismas dificultades y que necesitamos palabras y gestos amables. En este punto cabe traer aquí la reflexión de Jane Nelsen: “¿de dónde sale la idea de que para que un niño se porte bien tenemos que hacerlo sentir mal? Piensa la última vez que te sentiste humillado o tratado injustamente, ¿te sentiste motivado a cooperar o a hacerlo mejor?” Un punto aquí también importante es nuestra amabilidad con nosotros mismos en nuestra tarea de educar, aceptar nuestros errores sin castigarnos ni humillarnos.
  • Favorece el cambio en el foco de atención. “El secreto del cambio es no enfocar toda tu energía en combatir lo viejo sino en construir lo nuevo” (Sócrates). Imaginemos esta situación. Ponemos a unos padres una hoja con diez ejercicios de los cuales uno está rodeado en rojo. ¿Qué es lo que ven? Muchos verán el error. Extrapolando esto al día a día, son muchas las ocasiones en las que tenemos el foco de atención en lo negativo, en lo que queremos cambiar, en lo que no nos gusta, no nos satisface. Esto hace que situamos nuestros esfuerzos en pelearnos con esa parte de nuestro hijo que nos desagrada juzgándola con dureza, criticándola, regañando, etc. En situaciones extremas, esto que nos molesta puede enturbiar nuestra relación con nuestros hijos y alejarnos emocionalmente de ellos. Nuestras intenciones son buenas, pero paradójicamente los resultados no. El mindfulness puede ayudarnos a ver las cosas con perspectiva, darnos cuenta que aquello que nos molesta no es nuestro hijo sino su conducta y que eso puede ser tan sólo un pequeño porcentaje (siguiendo la analogía del ejercicio del principio) de lo que es y hace nuestro hijo. Se nos olvida ese 90% que bien merece nuestra atención, por lo menos en igual proporción que ese otro diez por ciento. ¿Cuántas veces nos hemos dado cuenta que nos dirigimos a nuestros hijos solo para regañarles? ¿Cuántas veces nos lo han hecho saber ellos? Por otro lado, también nos puede permitir ser más conscientes de hacer espacio a eso que no me gusta, de aceptar que sea así o bien buscar soluciones y alternativas constructivas, centradas en soluciones para ayudar a nuestro hijo si así él nos lo solicita (o vemos que sufre mucho)

 

En definitiva, y para cerrar este artículo, la educación emocional empieza por nosotros mismos, por cambiar nuestra forma de ver y hacer en relación a nosotros mismos y nuestros hijos. Como bien señala Vicens Olive en una entrevista cuando se le pregunta por lo que pueden hacer los padres para dar una educación emocional a sus hijos, éste responde que lo mejor es preocuparnos de nuestros propios aspectos ya que los niños aprenden por contagio. Lo único que necesitan es amor.